En pleno siglo XXI, donde el avance científico y tecnológico intenta asegurar el bienestar humano, y el relativismo cultural ofrece una pseudolibertad al hombre, paliando el verdadero problema, y sin llegar a la raíz para solucionarlo; urge seguir comunicando aquella verdad que trasciende cualquier tipo de información; el mensaje de Dios revelado en las Escrituras y proclamado por Su pueblo desde los inicios: el evangelio.
Al entender la urgencia de la predicación del evangelio, en una época descrita por una oposición cada vez más latente al cristianismo; y en medio de un menú religioso de creencias donde muchos ofrecen un falso evangelio, es necesario ir a las Escrituras y hallar una definición sana del evangelismo, dado que la tarea ha sido encomendada (Mateo 28:19-20), y el adversario puede poner obstáculos (1 Tesalonicenses 2:17-18), intentando frustrar todo aquello que da gloria a Dios.
Recordemos qué es el evangelio: «Es la buena noticia acerca de lo que Dios ha hecho para salvar a los pecadores mediante la muerte y la resurrección de Cristo» [1], es la revelación de Dios al pecador en la persona y obra de Cristo, por el poder del Espíritu Santo, para librarlo de la esclavitud del pecado, darle un nuevo corazón (Ezequiel 36:26-28), vida nueva (Romanos 6:3) y ser capaz de obedecer los mandamientos bíblicos (2 Corintios 3:5-7).
El evangelismo «es decirles a otros las buenas nuevas acerca de lo que Jesucristo ha hecho para salvar a los pecadores y llamarlos a arrepentirse de sus pecados y creer en Jesús» [2], «es presentar la persona y obra de Jesucristo en relación con las necesidades del hombre caído, enfatizando que aquel que no tiene a Dios como su Padre lo tiene como su Juez» [3].
Al obedecer el mandato divino de proclamar las buenas nuevas, los intereses personales son desplazados por cumplir los propósitos de Dios, es un llamado irrevocable para todo aquel que ha sido rescatado solo por gracia; y uno de los distintivos de una iglesia local sana.
Por eso, «cuando le hablamos el evangelio a la gente, necesitamos hacerlo con honestidad. Suprimir partes importantes y desagradables de la verdad es comenzar a manipular y tratar de vender un falso billete de bienestar a la persona con quien estamos compartiendo. Así que, cuando evangelicemos, no vamos a ocultar los problemas, o a negar las dificultades. Y no vamos a presentar solo aquellas cosas positivas que imaginamos que nuestros amigos no cristianos valoran y presentar a Dios solo como el medio mediante el cual ellos pueden encontrar o adquirir sus propios fines. Debemos ser honestos» [4]
Al ver la historia bíblica de la iglesia del primer siglo, notamos que la proclamación del evangelio no solo era dirigida a los incrédulos, también dentro de la iglesia a la comunidad de creyentes. De esta manera, el evangelio constituía la base del discipulado bíblico, y era responsabilidad de la iglesia escudriñar continuamente las riquezas del evangelio. El testimonio de la iglesia primitiva alienta nuestro compromiso en nuestra tarea de evangelizar «a tiempo y a fuera de tiempo» (2 Timoteo 4:2), por lo cual, es importante señalar que compartir el mensaje de salvación a toda criatura (Marcos 16:15) no recae únicamente en los líderes o los que tienen responsabilidades mayores, pues «no todos podemos ser predicadores, pero todos podemos enseñar el evangelio cuando tengamos la oportunidad» [5]. Finalmente, «enseñar el evangelio beneficia nuestra vida espiritual, ya que hace que nos aseguremos de estar viviendo según ese evangelio» [6].
Referencias bibliográficas
[1] Jamieson, B. (2015). La buena noticia de Dios: El evangelio. Estados Unidos: IX Marks, p. 18.
[2] Jamieson, B. (2017). Alcanzando a los perdidos: La evangelización. Estados Unidos: IX Marks, p. 21.
[3] Packer, J. (1961). El evangelismo y la soberanía de Dios. Colombia: Publicaciones Faro de Gracia, p. 33.
[4] Dever, M. (2013). El evangelio y la evangelización personal. EE.UU.: Publicaciones Faro de Gracia, p. 56.
[5] Stiles, J. K. (2015). La evangelización: Como toda la iglesia habla de Jesús. España: IX Marks, p. 38.
[6] Ibid, p. 38.